Capítulo 9
Traición. Es lo
primero que siento aunque resulte ridículo, porque, para que haya traición,
debe haber primero confianza, y entre Peeta y yo la confianza nunca ha formado
parte del acuerdo. Somos tributos. Sin embargo, el chico que se arriesgó a
recibir una paliza por darme pan, el que me ayudó a no caerme del carro, el que
me encubrió con el asunto de la chica avox, el que insistió en que Haymitch
conociera mis habilidades como cazadora... ¿Acaso parte de mí no podía evitar
confiar en él?
Por otro lado, me
alivia dejar de fingir que somos amigos. Es obvio que se ha cortado cualquier
débil vínculo que hayamos sentido tontamente, y ya era hora, porque los juegos
empiezan dentro de dos días y la confianza no sería más que una debilidad. No
sé qué habrá propiciado la decisión de Peeta (aunque sospecho que tiene que ver
con que lo aventajase en el entrenamiento), pero me alegro. Quizá por fin haya
aceptado el hecho de que, cuanto antes reconozcamos abiertamente que somos
enemigos, mejor.
--Bien, ¿cuál es el
horario?
--Cada uno tendrá
cuatro horas con Effie para la presentación, y cuatro conmigo para el contenido
--responde Haymitch--. Tú empiezas con Effie, Katniss.
Aunque al principio ni
me imagino por qué necesita Effie cuatro horas para enseñarme algo, acabo
aprovechando hasta el último minuto. Vamos a mi cuarto, me pone un vestido
largo y tacones altos (no los que llevaré en la entrevista de verdad), y me
explica cómo debo andar. Los zapatos son lo peor: nunca he llevado tacones y no
me acostumbro a ir dando tumbos sobre la punta de los pies. Sin embargo, Effie
corre por ahí con ellos las veinticuatro horas del día, y decido que, si ella
es capaz de hacerlo, yo también. El vestido me supone otro problema; no deja de
enredárseme en los zapatos, así que, por supuesto, me lo subo, momento en el
cual Effie cae sobre mí como un halcón para darme en la mano y gritar:
--¡No lo subas por
encima del tobillo!
Cuando por fin domino
los pies, todavía me queda la forma de sentarme, la postura (al parecer, tengo
tendencia a agachar la cabeza), el contacto visual, los gestos de las manos y
las sonrisas. Sonreír ya no consiste en sonreír sin más. Effie me obliga a
ensayar cien frases banales que empiezan con una sonrisa, se dicen sonriendo o
terminan con una sonrisa. A la hora de la comida tengo un tic nervioso en los
músculos de las mejillas, de tanto estirarlos.
--Bueno, he hecho lo
que he podido --dice Effie, suspirando--. Recuerda una cosa, Katniss: tienes
que conseguir gustarle al público.
--¿Crees que no le
gustaré?
--No, si los miras
con esa cara todo el tiempo. ¿Por qué no te lo reservas para el estadio? Es
mejor que imagines que estás entre amigos.
--¡Están apostando
cuánto tiempo duraré viva! --estallo--. ¡No son mis amigos!
--¡Pues fíngelo!
--exclama Effie. Después recupera la compostura y esboza una sonrisa de oreja a
oreja--. ¿Ves? Así. Te sonrío aunque me estés exasperando.
--Sí, muy
convincente. Voy a comer.
Me quito los tacones
de un par de patadas y salgo hecha una furia hacia el comedor, subiéndome el
vestido hasta los muslos.
Peeta y Haymitch
parecen estar de buen humor, así que imagino que la sesión de contenido será
mejor que los sufrimientos de la mañana. No podría estar más equivocada.
Después de la comida, Haymitch me lleva al salón, me pide que me siente en el
sofá y me mira con el ceño fruncido durante un rato.
--¿Qué? --pregunto
finalmente.
--Intento averiguar
qué hacer contigo, cómo te vamos a presentar. ¿Vas a ser encantadora? ¿Altiva?
¿Feroz? Por ahora brillas como una estrella: te presentaste voluntaria para
salvar a tu hermana, Cinna te hizo inolvidable y obtuviste la máxima
puntuación. La gente siente curiosidad, pero nadie sabe cómo eres. La impresión
que causes mañana decidirá lo que puedo conseguirte con los patrocinadores.
Como llevo toda la
vida viendo entrevistas con los tributos, sé que hay algo de verdad en lo que
dice. Si le gustas a la audiencia, ya sea porque les resultas cómico, brutal o
excéntrico, te ganas su favor.
--¿Cuál es el enfoque
de Peeta? ¿O no puedo preguntarlo?
--Intentará ser
simpático. Sabe cómo reírse de sí mismo, le sale de forma natural. Por otro
lado, cuando abres la boca pareces malhumorada y hostil.
--¡No es verdad!
--Por favor. No sé de
dónde sacaste a esa chica alegre que saludaba a la gente desde el carro de
fuego, pero no la he visto desde entonces.
--Con la de razones
que me has dado para estar alegre...
--No tienes que
agradarme a mí, yo no te voy a patrocinar.
Finge que soy tu
público, encandílame.
--¡Vale! --gruño.
Haymitch adopta el
papel del entrevistador y yo intento responder a sus preguntas de forma
adorable, pero no puedo, estoy demasiado enfadada con él por lo que ha dicho e
incluso por tener que responder a las preguntas. Sólo puedo pensar en lo
injusto que es todo, en lo injustos que son los Juegos del Hambre. ¿Por qué voy
dando saltitos de un lado a otro como un perro amaestrado que intenta agradar a
la gente a la que odia? Cuanto más dura la entrevista, más sale a relucir mi furia,
hasta que empiezo a escupirle las respuestas, literalmente.
--Vale, ya basta --me
dice--. Tenemos que encontrar otro enfoque. No sólo eres hostil, sino que
tampoco sé nada sobre ti. Te he hecho cincuenta preguntas y sigo sin hacerme
una idea de cómo son tu vida, tu familia y las cosas que te importan. Quieren
conocerte, Katniss.
--¡Es que no quiero
que me conozcan! ¡Ya me están quitando el futuro! ¡No pueden llevarse también
lo que me importaba en el pasado!
--¡Pues miente!
¡Invéntate algo!
--No se me da bien
mentir.
--Pues aprende
deprisa. Tienes tanto encanto como una babosa muerta. --Ay, eso duele. Hasta
Haymitch tiene que haberse dado cuenta de que se ha pasado, porque suaviza un
poco el tono--. Tengo una idea: intenta actuar con humildad.
--Humildad.
--Que no te puedes
creer que una niña del Distrito 12 haya podido hacerlo tan bien, que todo esto
es más de lo que nunca te hubieras imaginado. Habla de la ropa de Cinna, de lo
simpática que es la gente, de cómo te asombra esta ciudad. Si no quieres hablar
de ti, al menos halágalos. Sigue diciéndolo una y otra vez, habla con
entusiasmo.
Las horas siguientes
son una tortura. Al instante queda claro que no puedo hablar con entusiasmo.
Intentamos que me haga la chulita, pero no tengo la arrogancia necesaria. Al
parecer, soy demasiado «vulnerable» para apostar por la ferocidad. No soy
ingeniosa, ni divertida, ni sexy, ni misteriosa.
Cuando terminamos la
sesión, no soy nadie. Haymitch ha empezado a beber más o menos por la parte
ingeniosa y ahora tiene un tono desagradable.
--Me rindo, preciosa.
Limítate a responder las preguntas e intenta que el público no vea lo mucho que
lo desprecias.
Ceno en mi cuarto.
Pido una cantidad escandalosa de manjares y como hasta ponerme mala; después
desahogo mi rabia contra Haymitch, los Juegos del Hambre y todos los seres
vivos del Capitolio lanzando platos contra las paredes de la habitación. Cuando
entra en el cuarto la chica del pelo rojo para abrirme la cama, el estropicio
hace que abra mucho los ojos.
--¡Déjalo como está!
--le chillo--. ¡Déjalo como está!
A ella también la
odio. Odio sus ojos rencorosos que me llaman cobarde, monstruo, marioneta del
Capitolio, tanto entonces como ahora. Seguro que para ella se está haciendo
justicia; al menos mi muerte ayudará a pagar por la vida del chico del bosque.
Sin embargo, en vez
de salir corriendo, la chica cierra la puerta y entra en el servicio, de donde
sale con un trapo húmedo; después me limpia la cara y la sangre que me ha hecho
en las manos un plato roto. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué la dejo?
--Tendría que haber
intentado salvarte --susurro.
Ella sacude la
cabeza. ¿Quiere decir que hicimos bien en no acercarnos? ¿Qué me ha perdonado?
--No, estuvo mal
--insisto.
Ella se da un
golpecito en los labios con los dedos y después me toca con ellos el pecho.
Creo que significa que yo también habría acabado siendo un avox, como ella.
Seguramente está en lo cierto: avox o muerta.
Me paso la hora
siguiente ayudándola a limpiar el cuarto. Una vez tirada toda la basura por la
tolva y limpiada la comida del suelo, me abre la cama, me meto dentro como si
tuviera cinco años y dejo que me arrope. Después se va; me gustaría que se
quedase hasta que me duerma, que estuviese aquí cuando me despierte. Quiero la
protección de esta chica, aunque ella no tuvo la mía.
·
Por la mañana no
aparece ella, sino el equipo de preparación. Mis clases con Effie y Haymitch
han terminado, este día le pertenece a Cinna, mi última esperanza. Quizá pueda
darme un aspecto tan maravilloso que nadie preste atención a lo que salga de mi
boca.
El equipo trabaja
conmigo hasta bien entrada la tarde, convirtiendo mi piel en satén reluciente,
trazándome dibujos en los brazos, pintando llamas en mis veinte perfectas uñas.
Después, Venia empieza a trabajarme el pelo; trenza varios mechones rojos en un
recogido que parte de mi oreja izquierda, me rodea la cabeza y cae convertido
en una sola trenza por mi hombro derecho. Me borran la cara con una capa de
maquillaje pálido y vuelven a dibujarme las facciones: enormes ojos oscuros,
labios rojos carnosos, pestañas que despiden rayitos de luz cuando parpadeo.
Por último, me cubren todo el cuerpo de un polvo dorado que me hace relucir.
Entonces entra Cinna
con lo que, supongo, será mi vestido, pero no lo veo, porque está cubierto.
--Cierra los ojos
--me ordena.
Primero noto el forro
sedoso y después el peso. Debe de pesar unos dieciocho kilos. Me agarro a la
mano de Octavia y me pongo los zapatos a ciegas, aliviada al comprobar que son
al menos cinco centímetros más bajos que los que Effie utilizó para las
prácticas. Ajustan un par de cosas y toquetean el traje; todos guardan
silencio.
--¿Puedo abrir los
ojos? --pregunto.
--Sí --responde
Cinna--, ábrelos.
La criatura que tengo
frente a mí, en el espejo de cuerpo entero, ha llegado de otro mundo, un mundo
en el que la piel brilla, los ojos deslumbran y, al parecer, hacen la ropa con
piedras preciosas, porque mi vestido, oh, mi vestido está completamente
cubierto de gemas que reflejan la luz, piedras rojas, amarillas y blancas con
trocitos azules que acentúan las puntas del dibujo de las llamas. El más leve
movimiento hace que parezcan envolverme unas lenguas de fuego.
No soy guapa. No soy
bella. Resplandezco como el sol.
Todos se limitan a
mirarme durante un rato.
--Oh, Cinna --consigo
susurrar por fin--. Gracias.
--Da una vuelta
completa --me dice, y extiendo los brazos y lo hago.
El equipo de
preparación grita, entusiasmado.
Cinna le dice al
equipo que se vaya y hace que me mueva por la habitación con el vestido y los
zapatos, que son muchísimo más manejables que los de Effie. El vestido cae de
tal forma que no tengo que levantarme la falda para caminar, lo que me quita
otra preocupación de encima.
--Bueno, ¿todo listo
para la entrevista? --me pregunta Cinna.
A juzgar por su
expresión, sé que ha estado hablando con Haymitch, que sabe lo desastrosa que
soy.
--Soy penosa.
Haymitch dijo que parecía una babosa muerta. Lo intentamos todo, pero no era
capaz de hacerlo, no puedo ser una de esas personas que él quiere.
--¿Y por qué no eres
tú misma? --me pregunta él, después de pensárselo un momento.
--¿Yo misma? Tampoco
vale. Haymitch dice que soy malhumorada y hostil.
--Bueno, eso es
verdad... cuando estás con Haymitch --responde Cinna, sonriendo--. A mí no me
lo pareces, y el equipo de preparación te adora; incluso te ganaste a los
Vigilantes. En cuanto a los ciudadanos del Capitolio, bueno, no dejan de hablar
de ti. Nadie puede evitar admirar tu espíritu.
Mi espíritu; eso es
nuevo. No sé bien qué significa, aunque sugiere que soy una luchadora, que soy
valiente o algo así. Tampoco es que no sepa ser agradable. Vale, quizá no vaya
por ahí repartiendo amor entre la gente, quizá sea difícil hacerme sonreír,
pero hay personas que me importan.
--¿Y si, cuando estés
respondiendo a las preguntas, te imaginas que estás hablando con un amigo de
casa? --me dice, cogiéndome las manos, que están heladas; las suyas no--.
¿Quién es tu mejor amigo?
--Gale --respondo al
instante--, aunque no tiene sentido, Cinna, porque nunca le contaría esas cosas
personales a Gale. Ya las sabe.
--¿Y yo? ¿Podrías
considerarme un amigo?
--Creo que sí,
pero...
De toda la gente que
he conocido desde que me fui de casa, Cinna es, de lejos, mi favorito. Me gustó
desde el principio y no me ha decepcionado todavía.
--Estaré sentado en
la plataforma principal, con los demás estilistas; podrás mirarme directamente.
Cuando te pregunten algo, búscame y contesta con toda la sinceridad posible.
--¿Aunque lo que
piense decir sea horrible? --pregunto, porque podría ser así, de verdad.
--Sobre todo si crees
que es horrible. ¿Lo intentarás?
Asiento. Tenemos un
plan... o, al menos, algo a lo que aferrarme.
El momento de salir
llega demasiado pronto. Las entrevistas se realizan en un escenario construido
delante del Centro de Entrenamiento. A los pocos minutos de salir de mi cuarto
estaré delante de la multitud, de las cámaras, de todo Panem.
Cuando Cinna va a
girar el pomo de la puerta, le cojo la mano.
--Cinna... --El miedo
escénico me tiene completamente petrificada.
--Recuerda, ya te
quieren --me dice con amabilidad--. Limítate a ser tú misma.
Nos reunimos con el
resto del equipo del Distrito 12 en el ascensor. Portia y los suyos han
trabajado mucho: Peeta está impresionante con su traje negro con adornos de
llamas. Aunque tenemos buen aspecto juntos, es un alivio que no vayamos
vestidos exactamente igual. Haymitch y Effie también se han arreglado para la
ocasión; evito a Haymitch, pero acepto los cumplidos de Effie. A pesar de que
esta mujer puede ser fastidiosa y no se entera de nada, al menos no es destructiva,
como Haymitch.
Se abren las puertas
del ascensor y vemos que los demás tributos se ponen en fila para subir al
escenario. Los veinticuatro nos sentamos formando un gran arco durante las
entrevistas. Yo seré la última, o la penúltima, porque la chica siempre precede
al chico de su distrito. ¡Ojalá pudiera salir la primera y quitármelo ya de
encima! Ahora tendré que escuchar lo ingeniosos, divertidos, humildes, feroces
o encantadores que son los demás antes de que me toque. Además, el público
empezará a aburrirse, igual que los Vigilantes, y no sería buena idea
dispararles una flecha para llamar su atención.
Justo antes de que
salgamos a desfilar por el escenario, Haymitch se nos acerca por detrás y
gruñe:
--Recordad, seguís
siendo una pareja feliz, así que actuad como si lo fuerais.
¿Qué? Creía que
habíamos dejado eso cuando Peeta pidió entrenamientos separados, pero supongo
que se trataba de una cosa privada, no pública. En cualquier caso, no tenemos
mucho espacio para interactuar, ya que caminamos de uno en uno hasta nuestros
asientos y ocupamos nuestros sitios.
Con tan sólo poner el
pie en el escenario, ya se me acelera la respiración. Noto los latidos de las
venas en las sienes. Es un alivio llegar a la silla, porque, entre los tacones
y el temblor de piernas, me da miedo tropezar. Aunque ya cae la noche, el
Círculo de la Ciudad está más iluminado que un día de verano. Han construido
unas gradas elevadas para los invitados prestigiosos, con los estilistas
colocados en primera fila. Las cámaras se volverán hacia ellos cuando la
multitud reaccione a su trabajo. También hay un gran balcón reservado para los
Vigilantes, y los equipos de televisión se han hecho con casi todos los demás
balcones. Sin embargo, el Círculo de la Ciudad y las avenidas que dan a él
están completamente abarrotados de gente, todos de pie. En las casas y en los
auditorios municipales de todo el país, todos los televisores están encendidos,
todos los ciudadanos de Panem nos ven. Esta noche no habrá apagones.
Caesar Flickerman, el
hombre que se encarga de las entrevistas desde hace más de cuarenta años, entra
en el escenario. Da un poco de miedo, porque su apariencia no ha cambiado nada
en todo ese tiempo: la misma cara bajo una capa de maquillaje blanco puro; el
mismo peinado, aunque cada año lo tiñe de un color diferente; el mismo traje de
ceremonias, azul marino salpicado de miles de diminutas bombillas que
centellean como estrellas. En el Capitolio tienen cirujanos que hacen a la
gente más joven y delgada, mientras que, en el Distrito 12, parecer viejo es
una especie de logro, ya que muchos mueren jóvenes. Si ves a un anciano te dan
ganas de felicitarlo por su longevidad, de preguntarle el secreto de la
supervivencia. Todos envidian a los gorditos, porque su aspecto significa que
no han tenido problemas para comer, como la mayoría de nosotros. Aquí es
distinto: las arrugas no son deseables, y una barriga redonda no es símbolo de
éxito.
Este año, Caesar
lleva el pelo de color celeste, y los párpados y labios pintados del mismo
tono. Está raro, aunque no da tanto miedo como el año pasado, que iba de
escarlata y daba la impresión de que estaba sangrando. El presentador cuenta
algunos chistes para animar a la audiencia y después se pone manos a la obra.
La chica del Distrito
1 sube al centro del escenario con un provocador vestido transparente dorado y
se une a Caesar para la entrevista. Está claro que su mentor no ha tenido
ningún problema al elegir su enfoque: con ese precioso cabello rubio, los ojos
verde esmeralda, un cuerpo alto y esbelto..., es sexy la mires por donde la
mires.
Las entrevistas duran
tres minutos, pasados los cuales suena un zumbido y sube el siguiente tributo.
Hay que reconocer que Caesar hace todo lo posible por que los tributos brillen;
es agradable, intenta tranquilizar a los nerviosos, se ríe con las bromas
tontas y puede convertir una respuesta floja en algo memorable sólo con su
reacción.
Permanezco sentada
como una dama, siguiendo las instrucciones de Effie, mientras los distritos
siguen pasando, 2, 3, 4. Todos tienen un enfoque: el chico monstruoso del
Distrito 2 es una máquina de matar implacable; la chica con cara astuta del
Distrito 5 es maliciosa y escurridiza, como una comadreja. Veo a Cinna en
cuanto se sienta, pero ni siquiera su presencia me relaja. 8, 9, 10. El chico
cojo del Distrito 10 es muy callado. Me sudan una barbaridad las manos y el
vestido de piedras preciosas no es absorbente, así que me resbalan si intento
secármelas en él. 11.
Rue, con un vestido
de gasa y alas, revolotea hasta Caesar, y la multitud guarda silencio al ver a
la chica, que parece un soplo de aire mágico. El presentador la trata con
dulzura y alaba el siete que sacó en los entrenamientos, una puntuación muy
alta para alguien tan pequeño. Cuando le pregunta cuál será su punto fuerte en
el estadio, ella no vacila:
--Cuesta atraparme
--dice, con voz trémula--. Y, si no me atrapan, no podrán matarme, así que no
me descarte tan deprisa.
--Ni en un millón de
años --responde Caesar, animándola.
El chico del Distrito
11, Thresh, tiene la misma piel morena de Rue, pero ahí se acaba el parecido.
Es uno de los gigantes, casi dos metros de altura, y tiene la constitución de
un buey, aunque sé que ha rechazado las invitaciones de los tributos
profesionales para unirse a ellos. Ha preferido quedarse solo, sin hablar con
nadie y mostrando poco interés por el entrenamiento. Aun así, ha conseguido un
diez, y no cuesta imaginar qué ha impresionado a los Vigilantes. Hace caso
omiso de los intentos de Caesar por bromear con él y responde con sí o no, o,
simplemente, no dice nada.
Si yo tuviera su
tamaño podría causar buena impresión siendo malhumorada y hostil... ¡y no
pasaría nada! Estoy segura de que la mitad de los patrocinadores está ya
pensando en ayudarlo a él. Si yo tuviese dinero, también lo haría.
Y ahora llaman a
Katniss Everdeen, y me siento como en un sueño, levantándome y acercándome al
escenario central. Acepto el apretón de manos de Caesar y él tiene la elegancia
de no limpiarse el sudor de inmediato en el traje.
--Bueno, Katniss, el
Capitolio debe de ser un gran cambio, comparado con el Distrito 12. ¿Qué es lo
que más te ha impresionado desde que estás aquí?
¿Qué? ¿Qué ha dicho?
Es como si las palabras no tuviesen sentido.
Se me ha quedado la
boca seca como una suela de zapato. Busco con desesperación a Cinna entre la
multitud y lo miro a los ojos; me imagino que las palabras han salido de sus
labios: « ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí?». Me
devano los sesos intentando pensar en algo que me haya hecho feliz desde mi
llegada. «Sé sincera --pienso--. Sé sincera.»
--El estofado de
cordero --consigo decir. Caesar se ríe y me doy cuenta, vagamente, de que parte
del público hace lo mismo.
--¿El de ciruelas
pasas? --pregunta Caesar, y yo asiento--. Oh, yo lo como sin parar. --Se vuelve
hacia la audiencia, horrorizado, con la mano en el estómago--. No se me notará,
¿verdad? --Todos gritan para animarlo y aplauden. A esto me refería: él siempre
intenta ayudarte--. Bueno, Katniss --sigue, en tono confidencial--, cuando
apareciste en la ceremonia inaugural se me paró el corazón, literalmente. ¿Qué
te pareció aquel traje?
Cinna arquea una
ceja. Tengo que ser sincera.
--¿Quieres decir
después de comprobar que no moría abrasada?
Carcajada del
presentador, carcajadas auténticas del público.
--Sí, a partir de
ahí.
--Pensé que Cinna era
un genio --Cinna, amigo mío, tenía que decírtelo de todas formas--, que era el
traje más maravilloso que había visto y que no me podía creer que lo llevase
puesto. Tampoco puedo creerme que lleve éste. --Levanto la falda para
extenderla--. En fin, ¡fíjate!
Mientras el público
se deshace en exclamaciones de admiración, veo que Cinna mueve el dedo en
círculos; sé qué quiere decirme: «Gira para mí».
Me levanto, doy un
giro completo y la reacción es inmediata.
--¡Oh, hazlo otra
vez! --me pide Caesar, así que levantó los brazos y doy vueltas y más vueltas,
dejando que la falta flote, dejando que el vestido me envuelva en llamas. El
público me vitorea. Cuando me detengo, tengo que agarrarme al brazo del
presentador--. ¡No te pares! --me dice.
--Tengo que hacerlo.
¡Me he mareado!
También estoy
soltando risitas tontas, que es algo que, me parece, no he hecho en la vida.
Los nervios y los giros han podido conmigo.
--No te preocupes, te
tengo --me dice Caesar, rodeándome con un brazo--. No podemos dejar que sigas
los pasos de tu mentor. --Todos empiezan a abuchear y las cámaras enfocan a
Haymitch, que ahora es famoso por su caída en la cosecha; él agita una mano para
callarlos, de buen humor, y me señala--. No pasa nada --dice el presentador
para tranquilizar a la multitud--, conmigo está a salvo. Bueno, hablemos de la
puntuación: On-ce. Danos una pista de lo que pasó allí dentro.
--Ummm... --digo,
mirando a los Vigilantes, que están en el balcón, y me muerdo un labio--. Sólo
diré una cosa: creo que nunca habían visto nada igual.
Las cámaras enfocan a
los Vigilantes, que están riéndose y asintiendo.
--Nos estás matando
--protesta el presentador, como si le doliese de verdad--. Detalles, detalles.
--Se supone que no
puedo contar nada, ¿verdad? --pregunto, mirando al balcón.
--¡Así es! --grita el
Vigilante que se cayó dentro de la ponchera.
--Gracias
--respondo--. Lo siento, mis labios están sellados.
--Entonces volvamos al
momento en que dijeron el nombre de tu hermana en la cosecha --sigue el
presentador, con un tono más pausado--. Tú te presentaste voluntaria. ¿Nos
puedes hablar de ella?
No, no, no, a
vosotros no, pero quizá a Cinna sí. Creo que no me estoy imaginando la tristeza
que expresa su rostro.
--Se llama Prim, sólo
tiene doce años y la amo más que a nada en el mundo.
El silencio era tan
absoluto que no se oía ni un suspiro.
--¿Qué te dijo
después de la cosecha?
Sé sincera, sé
sincera. Trago saliva.
--Me pidió que
intentase ganar como pudiera.
La audiencia está
paralizada, pendiente de cada palabra.
--¿Y qué respondiste?
--pregunta Caesar, con amabilidad, pero, en vez de sentirme arropada, noto que
un frío glacial me recorre el cuerpo y que pongo los músculos en tensión, como
antes de atrapar una presa. Cuando hablo, mi tono de voz parece haber bajado
una octava.
--Le juré que lo
haría.
--Seguro que sí
--dice él, apretándome la mano. Entonces suena el zumbido--. Lo siento, nos
hemos quedado sin tiempo. Te deseo la mejor de las suertes, Katniss Everdeen,
tributo del Distrito 12.
Los aplausos
continúan mucho después de sentarme. Miro a Cinna para que me tranquilice, y él
levanta el pulgar para indicarme que todo ha ido bien.
Me paso aturdida la
primera parte de la entrevista de Peeta, aunque veo que tiene al público en sus
manos desde el principio; los oigo reír y gritar. Está utilizando lo de ser el
hijo del panadero para comparar a los tributos con los panes de sus distritos.
Después cuenta una anécdota divertida sobre los peligros de las duchas del
Capitolio.
--Dime, ¿todavía
huelo a rosas? --le pregunta a Caesar, y después se pasan un rato olisqueándose
por turnos, lo que hace que todos se partan de risa. Empiezo a recuperar la
concentración cuando Caesar le pregunta si tiene una novia en casa.
Peeta vacila y
después sacude la cabeza, aunque no muy convencido.
--¿Un chico guapo
como tú? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama?
--Bueno, hay una
chica --responde él, suspirando--. Llevo enamorado de ella desde que tengo uso
de razón, pero estoy bastante seguro de que ella no sabía nada de mí hasta la
cosecha.
La multitud expresa
su simpatía: comprenden lo que es un amor no correspondido.
--¿Tiene a otro?
--No lo sé, aunque
les gusta a muchos chicos.
--Entonces te diré lo
que tienes que hacer: gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? --lo
anima Caesar.
--Creo que no
funcionaría. Ganar... no ayudará, en mi caso.
--¿Por qué no?
--pregunta Caesar, perplejo.
--Porque... --empieza
a balbucear Peeta, ruborizándose--. Porque... ella está aquí conmigo.
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